Por Javier Barbero
Las relaciones de poder son aquellas que hacen posible que se hagan las cosas. Desde mi profesión —y también desde mi propia experiencia de vida— juzgo que los juegos humanos de poder son eso, sencillamente humanos. Y como tales, inherentes a nuestra condición biológica y social.
También creo que resulta revelador poder hacer estas distinciones cuando miramos nuestras relaciones:
Poder sobre: se manifiesta cuando un ser humano trata de convencer a otro o de obligarle a hacer aquello que no haría desde su voluntad. La relación puede ser simétrica o asimétrica, pero siempre genera resistencia.
Poder para: surge de la necesidad de cooperación entre individuos para llevar a cabo alguna actividad.
Todo —o casi todo— lo que hacemos en la vida lo generamos a partir de una relación con al menos otra persona. Aunque el paradigma dominante ensalce el individualismo y nos impulse a una loca carrera egocéntrica, desde que nacemos hasta que morimos estamos vinculados y por ende entretejiendo redes de comunicación.
Y es en la comunicación donde surge el cuidado o no de la persona que somos y de la persona con la que nos relacionamos. Ya sea que nuestro vínculo sea familiar, laboral o social, en alguna de sus formas, la cultura del cuidado está vinculada con jugar a tener poder sobre los demás para dominar o establecer espacios donde podamos crear algo nutritivo con el otro/a, más allá del beneficio personal.
Dialogar con respeto y en igualdad de condiciones es una forma de cuidado. Y en este dialogo el lenguaje que usamos puede ser inclusivo, empático o bien discriminatorio. Parece una sutileza, más no lo es cuando consideramos que el lenguaje tiene también un poder creador.
Una conversación puede crearse desde el poder para convencerte o hacerte cambiar de opinión o bien para comprender tu punto de vista y llegar a espacios de acuerdo y comprensión.
La forma en que creamos espacios con los demás es determinante en relación a los resultados que deseamos obtener. En esto es clave poder mirar a la conversación como una co-creación, como un acuerdo previo sobre cómo queremos dialogar.
¿Estoy diciendo lo que digo y de la manera en que lo digo para dominar o para dialogar sobre la base de la validez común? Esta es una pregunta que nos conecta con una enorme responsabilidad. La de cuidar y cuidarnos. La de respetar y respetarnos. La de validar lo diferente del otro como también un mundo posible que tiene derecho a coexistir con el mío propio.
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